Estuve sentada por largo tiempo fuera de el palacio, justo en la salida de éste y la entrada del bosque, mis ánimos habían estado decaídos, y mi corazón por primer vez después del accidente, se sentía incompleto, ‘algo le falta a la lánguida Néfroda’ susurraba entre latidos, no sé que sucede, durante décadas he estado sola y no me ha importado, pero comienzo a desfallecer, la vitalidad se está perdiendo, ya mi rostro ha perdido el brillo que le caracterizaba y se ha vuelto gris y opaco, el tic tac del reloj acecha mis oídos, cada paso que doy retumba en mi cabeza, el dolor se ha apoderado de mi cuerpo , ahora soy naufraga de la locura y otro ataque de impedimento ha llegado a mi, algo de tranquilidad me invade, es mínima pero me consuela, al menos todo este dolor que estoy sintiendo me hace saber que aún vivo, después de todo aún la sangre circula por mis venas, aunque no me de color ni calor allí está, porque el pasar tantas décadas en soledad, empezaba a dudar de que respiraba aún.
Noches atrás mientras la taza de café caliente rosaba mis labios, imaginaba que lo que era en ese momento no lo había sido antes, que mi cuerpo reposaba ya sin espíritu en algún lugar del palacio, y que lo que yo hacía era no más a causa del no saber que ya había perecido, imaginaba ya los gusanos contoneando sus babosos cuerpos por sobre mis mejillas ya putrefactas, las moscas zumbando en mis muslos apenas en el proceso de descomposición, mi frío y rígido cuerpo allí postrado con ese vestido vinotinto que guardo para aquella ocasión, con mi cabello en ondas más espesas que las del mar, y mis ojos entre abiertos como la luna recién nacida, ¡Que pánico es el seguir viviendo!.